Durante la pimera mitad del siglo XIX se advierte, en pintores como Goya en España, William Blake en Inglaterra y Delacroix en Francia, cierta ruptura con la tradición. Las escenas de género y los paisajes adoptan un acento más naturista, los temas son menos edificantes, y la mitología y la moral ceden el paso poco a poco a cierta visión de lo cotidiano.
La idea va cobrando cuerpo y esta generación descubre el paisaje como tema. Una generación que, como subraya Ernest Gombrich en su Historia del arte, <>. Aunque el trazo resulte cada vez menos preciso, los temas sí que proceden de la realidad. Se pintan paisajes, obreros en mangas de camisa, pastores, mujeres en el lavadero y, sobre todo, la naturaleza en su aspecto más auténtico. Una lección aprendida por el impresionismo que nació poco a poco.
Florencia desde los jardines de Boboli